domingo, 13 de septiembre de 2015

LA EDUCACIÓN DE UN NIÑO ESPARTANO


La educación espartana fue diseñada por el legislador Licurgo. Pasa por ser una de las más duras de la antigüedad basadas en dos principios: respeto y obediencia. Dos escritores, Jenofonte  y Plutarco, nos describen con detalle su sistema educativo:
                Un consejo juzgaba nada más nacer si debían vivir o ser despeñados por un barranco si tenían algún defecto. Se les bañaba con vino para fortalecerlos, lo cual los debía dejar siempre apestosos. Y por supuesto no usaban pañales ni se les consolaba cuando lloraban.
En principio los niños vivían con las familias hasta los siete años, y después es cuando pasaban a ser educados por el Estado en una casa cuartel. Los dirigía un magistrado de la ciudad, el llamado paidomos, que podía castigarlos severamente. El paidomos estaba ayudado por ayudantes jóvenes que poseían un látigo para los correctivos.
                Los niños debían ir descalzos para saltar, huir y correr más rápido. En principio iban rapados y desnudos, y con doce años se les permitía llevar un vestido único todo el año para “hacer frente a los cambios de temperatura” como dice Jenofonte.  Dormían juntos en camas de cañas en el cuartel.
                Vivían en el límite de pasar hambre, porque: “llevarán consigo una cantidad tan moderada de comida que los jóvenes nunca se saciarán y experimentarán la sensación de no tener nunca satisfecho por completo su apetito”. La razón de ello es porque los espartanos creían que un cuerpo delgado ayudaba a que los niños fueran más altos. Pero por el contrario se les autorizaba a robar algo para saciar su hambre, se conoce que robaban quesos en el altar del templo de Artemisia. Pero si les pillaban los castigaban con el látigo ya que consideraban que habían robado con torpeza.
                Licurgo permitió que cualquier ciudadano pudiese castigar a los niños si estaban sin la vigilancia de su paidomos. Y si estaban solos, los niños debían elegir a un líder al que obedecer.
                Las comidas eran públicas y al aire libre y además debían de hablar de las “buenas acciones que cada cual hubiese hecho en la ciudad”. Nada de tertulias intrascendentes.
                Y para que los varones no se sintiesen tentados por las chicas, “Licurgo decretó que en la ciudad debían de mantener sus manos metidas en los bolsillos, pasear en silencio, no mirar a ninguna parte sino dirigir sus ojos al suelo”. Eso sí, permitía que los jóvenes tuviesen relaciones con varones adultos, siempre y cuando no hubiese entre ellos una atracción física.
                Con semejante educación, los niños no tenían más remedio que ser unos excelentes soldados cuando llegaban a la madurez.
 Eso sí, se desconoce si los niños estudiaban gramática, música o aritmética, lo cual hace suponer que eran unos completos ignorantes en todo aquello que no fuese el arte de la guerra. Hablaban lo justo y leían lo básico.
De hecho, Esparta no produjo nunca dramaturgos, poetas o filósofos, y dejó unos restos arqueológicos tan pobres, que nada hace pensar que allí floreció una verdadera cultura comparable al resto de las polis griegas.
De las chicas se desconoce qué tipo de educación recibían, salvo que participaban en  competiciones deportivas, cantaban y bailaban, cosa que hacía reír al resto de los griegos que tenían a las mujeres confinadas en las casas.
                Todos los pueblos griegos admiraban la educación espartana, pero ninguno se atrevió a implantar su sistema en sus estados. Como mucho se atrevían a contratar nodrizas espartanas cuando los niños eran muy pequeños.

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