jueves, 3 de septiembre de 2015

CUANDO CARTAGO Y SIDÓN ACOGIERON A LOS REFUGIADOS DE TIRO

Hay muchos casos en la antigüedad de ciudades enteras destruidas y su población obligada a abandonarla creando ríos de apátridas. Pero el caso de Tiro combina la crueldad de Alejandro Magno y la solidaridad de las otras ciudades fenicias que acogieron a los refugiados.
En el año 332 a.C. a medida que Alejandro Magno avanzaba hacia el sur por la costa Fenicia y Siria, muchas de las ciudades se rendían ante él sin ofrecerle resistencia, véase el caso de Damasco, o el de Jerusalén donde el sumo sacerdote salió a su encuentro. Sin embargo la ciudad de Tiro se resistió, entre otras cosas porque se consideraba invulnerable, era una isla fortificada frente a la costa fenicia, con la flota más numerosa del Egeo oriental y aliados poderosos como su colonia Cartago,
Pero Alejandro Magno se empecinó en conquistarla y el asedio duró siete meses. Como no tenía flota suficiente para bloquearla por mar, se dispuso a construir un dique desde tierra para el asalto. Una obra colosal que fue destruida en varias ocasiones por las incursiones de los tirios, por la fuerza del mar. Incluso una ballena emergió en la cabecera del muelle provocando que Alejandro llamase a los adivinos para interpretar el presagio.
Los legados de Cartago aparecieron en Tiro en pleno asalto y les ofrecieron evacuar a las mujeres y a los niños. No pudieron ayudarles con tropas porque también ellos tenían una guerra civil. Pero no les negaron la ayuda. La ciudad quedó defendida solo por los varones, de los cuáles cuando entró Alejandro, 6000 fueron pasados por las armas, 2000 fueron crucificados a lo largo de la costa. y 30.000 fueron vendidos como esclavos.
Pero muchos fueron salvados por la solidaridad de los soldados de Sidón que combatían con Alejandro. Sidón y Tiro se consideraban ciudades hermanas, y los sidonios en una hábil estratagema, cuando penetraron en la ciudad mezclados con los vencedores, escondieron a los tirios y los llevaron en sus propias embarcaciones a Sidón. A los que pudieron los compraron cuando se subastaron como esclavos y les dieron la libertad.
La crueldad de Alejandro se desbocó desde ese mismo momento, ya nunca más fue el hombre magnánimo que salvó a la familia de Darío III de la muerte.



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