La crueldad es universal, infinita y se extiende por todas
las eras de la historia de la humanidad.
Uno de
los sucesos más oscuros y tenebrosos fue el campo de prisioneros que el rey
Darío III mantenía a las afueras de Persépolis para divertimento de su corte.
Lo constituían 4.000 griegos que habían sido tomados prisioneros en las diversas
guerras, a los que se había mutilado de forma más cruel: les habían cortado las
manos, los pies, las orejas, y luego los habían marcado en el cuerpo a fuego
con caracteres barbaros.
Debían de constituir el primer
campo de torturas del que se tiene registro, porque las prisiones en la antigüedad
eran muchas y las deportaciones y maltrato a los prisioneros también era
frecuente. Pero nada debía ser equiparable a aquel horror donde se les mantenía
vivos para que la corte persa pudiese reírse de ellos. Se pudrían en unas
aldeas alrededor de Persépolis donde incluso los persas les habían permitido
tener mujeres y muchos de ellos también tenían hijos.
Cuando Persépolis cayó sin apenas
resistencia en manos de Alejandro Magno, este ejército de tullidos salió a su
encuentro. Al verlos, el ejército del macedonio se quedó tremendamente afectado,
y eso que ellos ya habían visto toda la crueldad del mundo. El mismo Alejandro
lloró al verlos.
Dos de ellos dirigieron al rey
macedonio unos tristes discursos. El primero pidiéndole volver a sus ciudades
en Grecia y el segundo rogándole lo contrario:
Cimeo tomó la palabra primero y
le dijo que se avergonzaban tanto de sus cuerpos torturados que preferían
quedarse ocultos en Asia. Voy a reflejar algunas de sus palabras cuando le dijo
a Alejandro que desconfiaba que le recibiesen bien en Grecia: “pues los que
cuentan mucho con la compasión de los suyos ignoran con cuanta rapidez se secan
las lágrimas”. “Os lo suplico, muertos como estamos desde hace tiempo busquemos
un lugar donde sepultemos nuestras mutilaciones”. Dudaba además que las mujeres e hijos que
dejaron en Grecia les fueran acoger cuando los viesen llegar en aquellas
condiciones. Luego estaba el problema de las mujeres bárbaras a las que se
habían unido y los hijos que habían tenido con ellas, era imposible llevárselos
a Grecia y tampoco deseaban abandonarles en Persia.
El segundo discurso fue el de Teeteo,
un ateniense que había en el ejército de prisioneros. Se dirigió a Alejandro
pidiéndole volver. Entre sus frases cabe destacar aquella que dice: “Ninguna
persona de buenos sentimientos valoraría a los suyos por su aspecto físico,
sobre todo cuando se encontraban en desgracia no por obra de la naturaleza sino
por la crueldad del enemigo”. Pensaba que le iban a recibir con los brazos abiertos.
Alejandro les ofreció dinero y bestias
de carga para volver a Grecia y les aseguró que ningún griego consideraría su
estado mejor que el de ellos. Pero al final los tullidos se echaron a llorar y
decidieron quedarse en Asia, supongo que pensarían que Cimeo estaba en lo
cierto y que Teeteo pecaba de ingenuo.
Alejandro entonces distribuyó ganado entre
ellos, trigo y terrenos. Los prisioneros nunca volvieron a Grecia y al día
siguiente, Persépolis fue arrasada por el ejército macedonio.
La ciudad más bella y opulenta del
mundo fue reducida la nada. Incluso en una noche de borrachera, una hetaira ateniense
llamada Thais, que acompañaba al ejército griego, incendió la ciudad. Decía que
lo había hecho para vengarse de lo que en su
día los persas hicieron con Grecia cuando la invadieron las tropas de Jerjes
años atrás.
Lo más extraño de todo, es que
Darío III, el rey persa en ese momento, pasó a la historia por ser un hombre
educado y bondadoso según las crónicas. Y
sin embargo permitió que aquellos 4000 griegos hubiesen sido tratados de
aquella forma tan cruel durante años para hacer reír a la corte de Persépolis. Pero
ya se sabe, las apariencias engañan.
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